Pedro caminaba nervioso por el borde del campo. Su equipo había perdido otra vez, y esta derrota dolía más que las anteriores. Los jugadores se fueron rápidamente al vestuario, y él se quedó allí, mirando el césped vacío, como si la solución a todos sus problemas estuviera en algún lugar oculto entre las líneas de cal.
No podía evitarlo: otra vez había fallado. O al menos así lo veía. Lo peor de todo no era la derrota en sí, sino la sensación de que había algo en su cabeza que lo saboteaba. «Tal vez no soy lo suficientemente bueno para esto», pensaba. «Si no gano pronto, me echarán. Estoy seguro de que los jugadores ya no creen en mí.»
Esa noche, mientras estaba sentado en su despacho, decidió hacer algo que llevaba meses posponiendo: pedir ayuda. Un colega le había hablado de un asesor que trabajaba con entrenadores. Pedro tenía sus dudas, pero algo dentro de él lo empujó a hacer la llamada.
Al día siguiente, Pedro se encontró con Raúl. Era un tipo amable, de aspecto tranquilo, que lo recibió en una sala con pocas decoraciones, salvo por algunas imágenes motivacionales y un par de trofeos de maratones en una estantería.
—Pedro, ¿por qué crees que estás aquí hoy? —preguntó Raúl tras las presentaciones de rigor.
—No lo sé, exactamente —respondió Pedro, inquieto—. No es que no sepa entrenar. Pero últimamente, siento que cada vez que mi equipo pierde, pierdo algo más que el partido. Es como si me hundiera un poco más. Me vienen pensamientos de que no soy bueno para esto, de que no me respetan, de que si sigo así, no duraré mucho más.
Raúl asintió, como si hubiera escuchado esa historia muchas veces.
—Te entiendo. Lo que describes, Pedro, no es raro entre entrenadores. De hecho, muchos pasan por algo similar en situaciones de estrés o cuando los resultados no acompañan. Lo que te está ocurriendo se relaciona con lo que llamamos creencias irracionales.
Pedro frunció el ceño.
—¿Creencias irracionales? ¿Qué significa eso exactamente?
Raúl se acomodó en su silla.
—Son pensamientos automáticos, exagerados y poco realistas que surgen cuando estamos bajo presión. Estos pensamientos distorsionan tu percepción de la realidad y te llevan a conclusiones equivocadas. En lugar de ver un partido perdido como una oportunidad para mejorar, tu mente lo convierte en un juicio definitivo sobre tu capacidad como entrenador. Es como si todo estuviera en juego cada vez.
—Sí, algo así —admitió Pedro—. Cuando perdemos, me siento como si fuera el peor entrenador del mundo. Y me quedo pensando: si no gano pronto, lo perderé todo.
Raúl sonrió levemente.
—Exactamente. Eso es lo que llamamos un pensamiento de todo o nada. O ganas, y eres un entrenador exitoso, o pierdes, y no vales nada. Pero la realidad no funciona así, ¿verdad? El fútbol es mucho más complejo que eso. Ningún entrenador, por muy bueno que sea, gana todos los partidos.
Pedro suspiró.
—Ya, pero es difícil sacarse eso de la cabeza cuando te juegas tanto.
—Claro, lo sé. Pero la buena noticia es que esas creencias irracionales pueden cambiarse. El primer paso es identificarlas, y ya hemos identificado al menos una: el pensamiento todo o nada. ¿Te ha pasado algo más que puedas describir como un patrón de pensamiento irracional?
Pedro se quedó pensativo por un momento.
—A veces pienso que los jugadores no creen en mí, aunque no me lo hayan dicho. Veo cómo se miran entre ellos o cuando no hacen lo que les pido, y pienso: “No confían en mí, no me respetan.”
Raúl asintió con comprensión.
—Eso se llama lectura mental. Es cuando asumes que sabes lo que otros piensan, sin tener ninguna prueba real. Estás proyectando tus propios miedos e inseguridades sobre ellos, lo cual te hace sentir peor y puede incluso afectar cómo te relacionas con el equipo.
—Ahora que lo dices… sí, puede ser —Pedro miraba al suelo, procesando lo que acababa de escuchar—. Es como si estuviera buscando señales de que no soy lo suficientemente bueno.
—Y eso, a su vez, genera más estrés, lo que empeora la situación. ¿Ves cómo estas creencias irracionales se refuerzan a sí mismas? —dijo Raúl, inclinándose hacia adelante—. Pero vamos a ir poco a poco. Ahora que ya has identificado dos de estas creencias, podemos empezar a cuestionarlas y reemplazarlas con pensamientos más realistas.
Pedro lo miró intrigado.
—¿Y cómo se hace eso?
Raúl cogió un cuaderno de notas y comenzó a escribir.
—Vamos a trabajar con algunas preguntas clave para desmontar esas creencias. Cuando tengas un pensamiento irracional, quiero que te preguntes: ¿Qué evidencia tengo de que esto es cierto?. Por ejemplo, la próxima vez que pienses que los jugadores no te respetan, detente y pregúntate: “¿Realmente tengo pruebas de que esto es verdad, o es solo una interpretación mía?”
—Vale, puedo intentar eso —dijo Pedro, asintiendo lentamente.
—La segunda pregunta es: ¿Hay otra forma de ver esta situación?. A lo mejor no es que los jugadores no te respeten, sino que estaban cansados o desconcentrados en ese momento.
Pedro soltó una leve carcajada.
—Me suena más lógico cuando lo dices así.
—Exactamente. Y la tercera pregunta: ¿Qué le dirías a otro entrenador si te dijera lo mismo?. Es curioso cómo somos más duros con nosotros mismos que con los demás. A veces, decirnos lo que le diríamos a un compañero nos ayuda a ver la situación con más compasión y realismo.
Pedro respiró profundamente. Ya se sentía un poco más ligero, pero aún tenía dudas.
—Está bien, pero ¿y qué pasa cuando los resultados no llegan? Porque al final, los resultados son lo que importan, ¿no?
Raúl sonrió.
—Claro, los resultados importan. Pero aquí entra otra creencia irracional: la idea de que tu valor como entrenador depende únicamente de ganar o perder. Tienes que separar el resultado de tu identidad. Un mal partido o una mala racha no te define como entrenador. En cambio, pregúntate: «¿Qué puedo aprender de esto?». Si lo conviertes en una oportunidad para crecer, reduces la presión y mejoras tu capacidad para actuar en futuros partidos.
Pedro asintió, reflexionando sobre lo que había escuchado.
—Así que, básicamente, es una cuestión de cambiar la forma en que interpreto lo que pasa, ¿no?
—Exacto —respondió Raúl—. No puedes controlar los resultados ni lo que piensen los demás, pero sí puedes controlar cómo interpretas lo que sucede. Si dejas de ver las derrotas como fracasos absolutos y las ves como parte del proceso, te liberarás de mucha presión.
Durante las semanas siguientes, Pedro empezó a aplicar las preguntas y las técnicas que había aprendido. Tras cada partido, en lugar de castigarse por los errores, se preguntaba: «¿Qué he hecho bien y qué puedo mejorar?».
Poco a poco, su confianza volvió a crecer. No porque empezara a ganar todos los partidos, sino porque había aprendido a dominar su diálogo interno. Sus creencias irracionales ya no lo controlaban. Y aunque seguiría enfrentándose a desafíos, sabía que su mayor victoria era haber ganado el partido en su propia mente.
La historia de Pedro es la de muchos entrenadores que se enfrentan a sus propios pensamientos irracionales. Identificar, cuestionar y reemplazar esas creencias es el primer paso para mejorar no solo como entrenador, sino también como persona.
Como entrenadores, no solo trabajamos con estrategias tácticas, sino con nuestras propias emociones y pensamientos. Si aprendemos a manejarlos, estaremos mejor preparados para liderar y guiar a nuestros equipos, sin que el miedo al fracaso o las dudas nos frenen.