Raúl llegó temprano al pequeño campo de fútbol donde había quedado con Miguel, un joven entrenador de fútbol base que dirigía a un equipo mixto de chicos y chicas de 9-10 años. A Miguel lo movía la pasión por formar jugadores no solo técnicamente, sino en otras áreas que tuvieran transferencia a su día a día. Una de las dificultades que estaba teniendo durante las sesiones, como le comentó a Raúl en su mensaje, era mantener la atención y concentración de los chicos y chicas durante los entrenamientos y partidos.
Miguel se acercó sonriente y algo nervioso. Sabía que hablar con Raúl podría darle claves para mejorar la atención y enfoque de sus jugadores.
—Gracias por venir, Raúl. Te lo agradezco mucho. Tengo algunas dudas sobre cómo ayudar a mis chicos a concentrarse mejor, y también me gustaría saber si hay cosas que quizás estoy haciendo mal —le dijo Miguel.
Raúl le sonrió, haciendo un gesto de calma.
—Es un placer, Miguel. Trabajar la concentración en estas edades es fundamental y, a la vez, uno de los mayores desafíos. Cuéntame, ¿qué estrategias has probado hasta ahora?
—Bueno, intento hacer que estén atentos todo el tiempo. Cuando noto que se distraen, les llamo la atención o paro la actividad para corregir. También les doy instrucciones continuamente para que sepan qué hacer en cada momento —explicó Miguel, con una mezcla de duda y frustración en su tono.
Raúl asintió, viendo que el enfoque de Miguel era bienintencionado, pero que probablemente estaba cometiendo algunos errores comunes.
—Es un buen comienzo que te preocupe la atención, Miguel. Pero aquí hay un primer error que muchos entrenadores cometen: el exceso de correcciones y de instrucciones puede saturar a los jugadores, especialmente a los más jóvenes. Cuando reciben tantas indicaciones, dejan de concentrarse en lo que está ocurriendo en el juego y solo se enfocan en “no cometer errores” o “hacer lo que el entrenador dice”. ¿Ves el problema?
Miguel frunció el ceño, pensando en sus últimas sesiones de entrenamiento.
—Claro… puede que estén más pendientes de mí que del propio juego. Entonces, ¿debería hablar menos?
—Exactamente, o mejor dicho, deberías elegir bien cuándo y cómo hablar. La concentración es como un músculo que se va entrenando. Si paramos todo el tiempo o damos demasiadas instrucciones, ese músculo se sobrecarga y no permite que ellos mismos desarrollen su capacidad de enfoque.
Miguel asintió, tomando nota mentalmente.
—¿Y qué me recomiendas hacer entonces?
Raúl sonrió, siempre disfrutaba de estas conversaciones prácticas.
—Primero, te diría que uses más preguntas que instrucciones. Por ejemplo, cuando veas que un jugador se ha desconectado, en vez de corregirlo de inmediato, puedes preguntar: «¿Qué crees que podrías haber hecho en esa jugada?» Esto les obliga a pensar y a ser conscientes de su propio juego, en lugar de depender de ti para cada indicación.
—Tiene sentido, creo que eso también les motivaría a estar más atentos, ¿no? —preguntó Miguel, entusiasmado con la idea.
—Exacto. Y otra recomendación es utilizar rutinas que les obliguen a estar más presentes durante el juego. Por ejemplo, puedes enseñarles a «escanear» el campo antes de que reciban el balón. Es un ejercicio simple, pero les ayuda a concentrarse en su entorno y a anticipar jugadas. Esta rutina, si la practican en los entrenamientos, luego se vuelve automática en los partidos.
Miguel asentía mientras tomaba notas. Raúl se dio cuenta de que había captado su atención.
—Y hablando de errores, Miguel, hay algo más a evitar: señalar los errores en el momento. A veces es mejor dejar que terminen la jugada, aunque haya habido un fallo, y luego revisar juntos. Pararlos en seco puede cortarles el ritmo y generar frustración. La concentración requiere continuidad, y eso incluye dejarles cometer errores sin interrumpir todo el tiempo.
Miguel suspiró, dándose cuenta de que muchas veces él hacía precisamente eso.
—Tiene lógica. Entonces, ¿dirías que debería enfocarme en generar hábitos y rutinas de concentración en lugar de corregir cada error?
—Sí, es eso exactamente. Y una última cosa: la atención también se trabaja con mini-descansos. A veces, hacer pausas activas de 30 segundos para que respiren o se reagrupen ayuda a reactivar su concentración. No tienen que ser largas, pero permiten que el cerebro descanse y vuelva con energía.
Miguel le miró agradecido.
—Raúl, esto ha sido muy útil. Me has hecho ver que quizás estaba siendo demasiado controlador. Voy a probar tus recomendaciones esta misma semana y ya te contaré cómo va.
Raúl sonrió, satisfecho de haber compartido algunas herramientas prácticas con un entrenador comprometido.
—Estoy seguro de que tus chicos van a notar la diferencia. Recuerda, la concentración es un proceso que se entrena, y tú eres su guía en ese camino. Trabajando juntos, vais a conseguir grandes cosas.
Con una última palmada en la espalda, Raúl se despidió, sabiendo que había dejado en manos de Miguel un plan sólido para mejorar la concentración de su equipo.