El objetivo del fútbol base, además de desarrollar capacidades y habilidades motrices, debe ser crear unos hábitos perdurables de cara a la práctica deportiva como un bien cultural que repercuta en la salud y calidad de vida de los niños. Siendo, incluso, mucho más importante esta segunda parte que la primera. Es por eso que en el fútbol base hacen falta más educadores y menos entrenadores. Pero, ¿se cumple este objetivo?
Uno de los principios pedagógicos de la Educación Física y que, por lo tanto, entendemos que podemos extrapolar al fútbol base, es el principio de la integración. Este principio expone que todos los niños, con independencia de sus capacidades, tienen derecho a beneficiarse de la actividad física. Pero, ¿se benefician todos los niños por igual independientemente de sus capacidades?
Vamos a comenzar analizando los entrenamientos que, por norma general, son puestos en práctica con jugadores de fútbol base. Hay la creencia de que cuánto más pequeños son los niños más densidad de trabajo técnico hay que hacer con ellos. Además, ese trabajo técnico, también por norma general, es desarrollado de manera analítica y descontextualizada.
Por ejemplo, para que un niño aprenda el control y el pase se ponen los niños por parejas y, uno enfrente del otro, comienzan a darse pases. O para que un niño aprenda a conducir se le pone a regatear conos con un pie y luego con el otro utilizando diferentes superficies de contacto.
Realizar correctamente un gesto técnico depende, casi en su totalidad, del desarrollo de la coordinación dinámica general que tenga el niño. Lo normal es que, por ejemplo, niños de 6-8 años estén desarrollando y consolidando habilidades motrices básicas (correr, trepar, saltar, girar, lanzar con la mano, recepcionar,…), por lo que no poseen, todavía, el desarrollo motor suficiente para adquirir ciertos gestos técnicos. El aprendizaje de las habilidades motrices específicas del fútbol, siguiendo esta cronología del desarrollo motor, debería de cobrar importancia en la edad alevín, niños de 10-12 años, ya que es ahí cuando su desarrollo les permite ese aprendizaje. La edad alevín es lo que se denomina como una etapa sensible. Sensible hacia el aprendizaje técnico.
Sin embargo, el entrenamiento tradicional incide en el trabajo técnico en edades sumamente tempranas, incluso con niños de iniciación (4-6 años), provocando la exclusión de esos niños que, porque su coordinación motriz no está suficientemente desarrollada, no son capaces de alcanzar el objetivo del ejercicio que no es otro que un alto nivel de «performance», así como un alto nivel de acondicionamiento. Provocando, en muchos casos, un abandono deportivo temprano derivado del fracaso que el niño ha tenido en la búsqueda de la consecución del objetivo del ejercicio. Una exigencia sobre ciertas habilidades motrices específicas que el niño, por su edad, no puede alcanzar. Tiempo perdido en vez de intentar desarrollar habilidades que, por su desarrollo físico, le corresponderían trabajar.
Pero esto no acaba aquí. Además, el principio de la integración es vulnerado de nuevo cuando, por ejemplo, en los juegos se elimina al niño que fue pillado en un juego de pilla, que falló un tiro en una tanda de penaltis, que se quedó sin esquina en el juego de las esquinas,… Normalmente siempre son los mismos niños los que pierden en los juegos. Pierden porque son los niños a los que más trabajo les cuesta correr, reaccionar, un determinado gesto técnico,… En definitiva, son los que más necesitan practicar, son los que más necesitan jugar. Pero no, los eliminamos. Aumentando la brecha existente con respecto a sus compañeros. Sería tan fácil como asignar puntos positivos o negativos en función de los aciertos o los errores sin la necesidad de que nadie se quede sin participar/practicar/divertirse. Al final es lo mismo, si lo que buscas es que haya ganadores y perdedores los puntos te dirán quién ganó y quién perdió. Pero todos habrán practicado el mismo tiempo y no habrás excluido a nadie.
De todas formas esta exclusión no es única de los entrenamientos de fútbol base. Los torneos de fútbol base también fomentan la exclusión. Torneos de prebenjamines, niños de 6-8 años, que obligan a ganar para seguir jugando. Si no ganas quedas eliminado. La competición es buena. La competición es parte de la formación. Pero confundimos la necesidad de competir con la necesidad de ganar. Competir es esforzarse, persistir, intentar ser mejor, sobreponerse a errores,… Pero estos torneos no te dejan seguir compitiendo si no eres suficientemente bueno. Un niño de seis años no necesita que le den tres puntos a su equipo para que intente ganar. En el recreo del colegio no dan puntos por ganar y aún así compiten hasta que suena el timbre para volver a clase.
Dejemos que los niños jueguen y se diviertan independientemente de sus capacidades. Son niños, recordémoslo cuando tengamos un grupo de ellos delante.
Bibliografía
Ruiz, L.(2004). Competencia motriz, problemas de coordinación y deporte. Revista de Educación, 21-33.
Ruiz, L., Mata, E., & Moreno, J. (2007). Los problemas evolutivos de coordinación motriz y su tratamiento en la edad escolar: Estado de la cuestión. Motricidad. European Journal of Human Movement, 1-17.