Este año no he faltado a un solo entrenamiento. Creo que he sido el único de todo el equipo que ha asistido a todas las sesiones. Un día el entrenamiento me coincidió con el cumpleaños de Luis, un niño de mi clase, pero decidí llegar un poco más tarde a su fiesta para no perdérmelo. Por suerte llegué justo a tiempo para verle soplar las siete velas que representaban su nueva edad. Lo pasamos genial.
Ya soy alevín. Mis padres dicen que quinto de Primaria es un curso exigente y que voy a tener que estudiar mucho más que en cuarto. Llegan los exámenes de la primera evaluación y, aunque yo creo que tengo todo bien estudiado, mis padres insisten media hora antes de ir a entrenar de que el examen de matemáticas que tengo mañana no lo tengo muy bien preparado. Yo creo que sí, pero mis padres creen que lo he preparado poco y, enfadados, me dicen que debo prepararlo más.
-No tengo tiempo -les digo-, el entrenamiento empieza en media hora.
Me responden que por faltar un día a entrenar no pasa nada, y que lo primero es lo primero. Resignado, asiento con la cabeza y me voy a mi habitación a seguir haciendo problemas matemáticos. Es la primera vez que falto a entrenar desde que empecé en el club en categoría prebenjamín. No será la última este año, mis padres repetirán más veces eso de que lo primero es lo primero y que todo no se puede tener. Quizás tengan razón, si quiero llevar bien preparados los exámenes tengo que dedicarles tiempo y el tiempo tengo que sacarlo de algún lado.
El cambio al instituto es duro. Primero de la ESO no es ninguna broma. Esto ya no es Primaria que todo era pinta y colorea. Aquí hay que estudiar de verdad. No sé cómo voy a hacer. Si estos últimos años ya tenía que faltar alguna vez a entrenar para estudiar, porque así me lo decían mis padres, ahora que hay que estudiar de verdad voy a ser yo el que se lo diga a ellos.
-Mamá, papá, este año va a haber muchos días que no voy a poder ir a entrenar porque no me va a dar tiempo a estudiar los exámenes.
Mis padres lo entienden. Primero de la ESO es un curso exigente y necesito el tiempo. Ir a entrenar sabiendo que mañana tengo examen es irresponsable. Lo que tengo que hacer es estudiar, y si ya me sé la lección entonces lo que tengo que hacer es repasar. Ya habrá tiempo para entrenar en otro momento.
Bachillerato, el propio nombre me agobia. Voy a necesitar todo el tiempo del mundo para sacar esto adelante así que lo primero que voy a hacer es dejar el deporte. Ya lo decían mis padres, lo primero es lo primero. Tiempo para todo no hay. Mis padres me apoyan, dicen que es lo mejor que puedo hacer y que ellos ya creían que debía de haberlo dejado hace un par de años. Quizás tenían razón. Fui algo irresponsable y caminé al borde del precipicio intentando mantener mis entrenamientos. Pero por fin la decisión está tomada, abandono el deporte, no tengo tiempo para seguir jugando al fútbol. Estudiar tiene que ser mi única prioridad.
Estoy loco, soy un kamikaze, sólo a mí se me ocurre entrar en la universidad. Aquí sí que hay que estudiar. Me río yo del instituto. ¿Y ahora qué hago? No tengo tiempo para estudiar, hacer trabajos,… ¡No tengo tiempo para nada! Pero tengo una idea. Ahora mismo estoy durmiendo unas ocho horas diarias y estoy haciendo, con la merienda, cuatro comidas al día. El desayuno es importante pero la merienda y la cena son perfectamente suprimibles. Si reduzco dos horas de sueño y esas dos comidas diarias cada día, estaré cerca de tener cuatro horas más al día para estudiar. Soy un genio. Todo gracias a mis padres, que me enseñaron desde Primaria a organizar mi tiempo.
Gracias mamá, gracias papá.
Os quiero (lástima que no tenga tiempo para decíroslo).